miércoles, 2 de noviembre de 2011

Desacato.

Cuando la duda nos acecha, tenemos el DRAE, guía segura y única para los hispanoparlantes.

Desacato.

(De desacatar).

1. m. Falta del debido respeto a los superiores.

2. m. Irreverencia para con las cosas sagradas.

3. m. Der. En algunos ordenamientos, delito que se comete calumniando, injuriando, insultando o amenazando a una autoridad en el ejercicio de sus funciones o con ocasión de ellas, ya de hecho o de palabra, o ya en escrito que se le dirija.

La tercera acepción es la que trae de cabeza a mandatario y ciudadanos. Desde el primero, la cosa está más que clara: la majestad del poder es intocable y el que ose menoscabarla sufrirá todo el peso de la ley. Y todos sabemos que “ese peso duro de la ley” se puede traducir en millonarias indemnizaciones y años de cárcel para quien tuvo el atrevimiento de injuriar a la autoridad y causarle un daño moral.

El ofendido querellante al que nos referimos dice que no está de acuerdo con esa figura –desacato- considerado como una injuria a la autoridad; opina y sugiere que se elimine. Por otro lado asegura no estar de acuerdo en que la autoridad esté revestida de más derechos que el común de ciudadanos. Pero, a renglón seguido, como suele decirse, afirma rotundamente que la prensa ha lanzado al mundo una mentira ya que el periodista no fue sentenciado por desacato sino por injurias graves al mandatario. ¿En qué quedamos? ¿Qué mismo es el desacato? ¿Qué cosa son injurias leves o graves al mandatario?

Todos tenemos derecho a la honra y todos podemos y debemos defenderla. Pero no hace falta ser muy conspicuo para darse cuenta que, a la hora del juicio, no todos tienen los mismos derechos o al menos no los pueden utilizar. El común de los mortales podrá ir a la audiencia de juzgamiento rodeado de militares, policías, francotiradores, amigos, autoridades, sirenas y carros… Hace falta ser un juez, de los que posiblemente no quedan, para atreverse, aunque sea en derecho, a contradecir la opinión del querellante rodeado de una parafernalia que asusta.

Las injurias son injurias para todos. La autoridad está expuesta, por el hecho de serlo, a la opinión airada y destemplada del pueblo cuando se siente pisoteado en sus derechos. El poder de la autoridad no lo recibió para blindarse contra la intemperancia del súbdito sino para defenderle al ciudadano.

El personaje público, el hombre público, el deportista, el artista… está expuesto al vaivén de la opinión y los gustos ciudadanos. Quien no quiera escuchar quejas, opiniones diferentes e incluso injurias, pues que no se meta a esos oficios.

No es fácil ser un funcionario principal de un país. Pues así como tiene fieles seguidores, también se topará con quienes no están de acuerdo con sus formas de gobernar, de dirigir, de tratar. Hay que ser muy maduro democráticamente para saber esto y vivirlo con la tranquilidad apropiada. La verdad no tiene dueño ni es una sola. Y no saber, no poder dialogar sin imponer; despreciar e incluso insultar a quienes no piensan como el jefe, es una falta clara de madurez democrática.

Por fin, nadie puede exigir respeto y veneración cuando, con sus actos y expresiones, no sabe respetar.

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