lunes, 2 de enero de 2012

¿Perdón o venganza?

Dicen algunos que el régimen ha inaugurado la política del perdón, que busca hacer notorio su sentimiento de magnanimidad con los que han osado meterse con su honor.

Se inició esta política con Camilo Samán perdonando generosamente a Emilio Palacios. Luego vimos la generosidad sin límites del poderoso Vinicio Alvarado perdonando a Mónica Chuji de la multa monetaria y la cárcel. Por último, Don Pedro Delgado, primo del Excelentísimo Señor Presidente de la República, para más detalles, perdona al director del diario Hoy, Jaime Mantilla.

En todos los casos, los querellantes dicen sentirse satisfechos porque sus detractores han sido sancionados moralmente, porque todo el mundo ha sido testigo de la malicia y maldad del perdonado.

Dicen que el perdón, en política, no es perdón sino una pública y gran ofensa. El perdonador se crece ante el perdonado mientras que este es humillado …. Eso no es perdón, tiene más parecido a la venganza. El perdón, en estos casos, no es olvido ni concesión gratuita. Equivale, mejor, a reducir, humillar y someter al perdonado.

Se nota, se siente, se palpa cuál puede ser el objetivo, el porqué de tanto derroche de magnanimidad: intimidar, asustar, someter, acallar, humillar, ningunear…

En los tres casos, el supuesto ofendido no ha perdonado sino cuando, al parecer, la decisión significa que, en tiempo y circunstancias, no podrá haber revisión de la sentencia por parte del perdonado. Pero también hay quienes ven en esos generosos perdones, la conciencia y el cálculo de que, ante otros tribunales realmente autónomos, sería inevitable la pérdida por parte del querellante.

Y qué feo que suena el que invoquen su calidad de creyentes, de cristianos convencidos, para conceder ese tipo de perdones. Hasta con el Evangelio se juega cuando conviene a los propios intereses.

Su excelencia, el Señor Presidente Constitucional de la República ha expresado en muchas ocasiones que basta con que los ofensores pidan disculpas, reconozcan su error, prometan no hacerlo más….y están perdonados. Pudiera entenderse de otra manera: humíllense, pídanme perdón, reconozcan que me ofendieron y yo les perdono. Esa clase de disculpas implica, naturalmente, que se cometió el delito… Y últimamente se le escuchó decir que, luego que los juicios lleguen a su término, se puede hacer cualquier cosa. Perdonar como hicieron los otros, nos imaginamos. ¡Qué magnánimos son nuestros queridos funcionarios!

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